sábado, 2 de enero de 2010

La obra. La medida











En el siglo XIX a nadie se le ocurría tocar, de un saque, todas sus sonatas para piano, por ejemplo. Los intérpretes, que solían ser los mismos compositores, buscaban la máxima variedad posible e incluso hacían cosas, como tocar movimientos sueltos, que hoy resultan execrables. La obra, en todo caso, era la obra, y no un conjunto de ellas y la medida era la del concierto (o, en otros contextos, la de la misa o la fiesta de palacio). Las Variaciones Goldberg eran un conjunto de piezas de las que no se esperaba que fueran tocadas juntas y en orden, El viaje de Invierno un ciclo de canciones entre las cuales el interesado podía elegir, en su casa (para eso se editaban, para el uso doméstico), unas dos o tres para cantar en una reunión o a solas. Entre muchas cosas que cambiaron para siempre, no había reproducción fonográfica, ni mecánica, ni digital del sonido. Para oírlo había que hacerlo. En el siglo XVIII, por ejemplo, se había puesto de moda el clavicordio (no confundir con el clave), un instrumento de sonido tan débil que resultaba sumamente apto para tocar a solas, incluso cuando la familia dormía. No estaba destinado a los conciertos públicos ni a la iglesia sino, más bien, a ser precursor de los auriculares. La idea de "Obra", donde unas obras dialogan con otras en una serie, llegó a la música desde las artes plásticas y el museo. Y el disco, ya en el siglo XX, cambió la unidad de medida a unos treinta y cinco minutos. Una y otro fueron instalando un nuevo patrón: el de la integralidad. El de discos (o álbumes) más parecidos a enciclopedias (que se atesoraban y se consultaban –antes de Internet– pero no se leían): allí estaban todas las sonatas, o todas las cantatas, o todas las sinfonías (y las nueve de Beethoven fueron pioneras en convertirse en Obra). El CD, cuya capacidad fue decidida en una convención de la industria donde la conclusión fue que la medida tenía que ser la que permitiera la edición de la Sinfonía No. 9 de Beethoven en un sólo disco, llevó el concepto de "integral" a sus últimas consecuencias y el viejo recital cayó prácticamente en el olvido –y el escarnio–. Ahora, por un lado, la obra es la totalidad de lo que la red de usuarios de Internet puede poner a disposición, o sea algo muy parecido al universo. Y la medida es aquello con lo que cada uno llena su I-Pod. Para muchos, ya no hay discos; hay canciones. En el ámbito de la música de tradición académica tal vez las cosas sean un poco distintas. Tal vez.  

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