jueves, 21 de enero de 2010

Una guitarra, un fusil



Hay una escena en el Espartaco de Kubrick –o en el de Howard Fast–, donde el bardo personificado por un jovencísimo Tony Curtis se queja ante Kirk Douglas, en el papel del líder de la rebelión de esclavos, de no poder participar en la lucha. Espartaco le dice entonces: "Tú lucharás con tus canciones". Y algo como (cito de memoria y con los posibles agregados y omisiones que esa operación conlleva): "En las guerras son tan importantes quienes las hacen como quienes las cantan". Esa especie de declaración de principios sobre la función (y la utilidad) del arte de los partidos comunistas del siglo pasado, fue creída a rajatabla por muchos y, más tarde, a la luz de ciertos fracasos, ridiculizada por otros tantos (o por los mismos). Algunos hechos me hicieron pensar en el efecto real del arte (o el espectáculo, artístico o más o menos ligado con el arte, eventualmente) en la sociedad. Ví por televisión, hace muy poco (no lo había hecho antes) Filadelfia. Ignoro exactamente cuántos años tiene el film pero en todo caso pertenece a la historia más o menos reciente. Y el conflicto que allí aparece sería hoy sencillamente imposible. No digo que sea la única causa pero precisamente esa película (y otras de esa índole) hicieron mucho por modificar prejuicios fuertemente arraigados en relación con la homosexualidad y el SIDA. En esa misma línea, es posible que los Estados Unidos jamás hubieran votado un presidente negro si el cine de ciencia ficción (y Morgan Freeman, en particular) no les hubieran enseñado que ese era, más tarde o más temprano, su destino ya escrito (por Hollywood). El tercer caso es, en realidad, el primero y nació de las ganas de escuchar de nuevo a Miriam Makeba y del recuerdo de sus apariciones televisivas en los 60 y de la impresión que me causaban, cuando era chico y mientras la mayor de mis hermanas intentaba bailar el "Pata-Pata", las cosas que decía sobre cómo vivían los negros en Sudáfrica. En este video, tomado de una actuación en la televisión sueca, en 1966, además de la bellísima canción "Khawleza", aparece justamente eso que recordaba: la cantante haciendo una breve introducción a lo que iba a interpretar donde contaba algo de la vida cotidiana de esa nación fundada por esclavistas, con sus esclavos como habitantes. Es posible que hoy Sudáfrica no sea un paraíso pero ya no hay apartheid. Y es posible, también, que en la manera en que el mundo empezó a ver a Sudáfrica (y en que algunos sudafricanos comenzaron a verse a sí mismos) algo hayan tenido que ver estas canciones.

1 comentario:

  1. Recojo sólo una parte del posteo de D.F. y señalo que, justamente, en los últimos días se me aparecieron algunas imágenes de varias películas asombrosamente premonitorias. Por ejemplo, la de Robert DeNiro y Dustin Hoffman, en la que un productor inventa una guerra entre los Estados Unidos y Albania para paliar problemas vinculados con metidas de pata domésticas del presidente (¿Kuwait primero? ¿Afganistán, después? ¿Finalmente Irac?) o esa otra película con Denzel Washington, Annete Benning y Bruce Willis, donde este último, en el papel de un general estadounidense, persigue y encierra a todos los musulmanes de Nueva York en Brooklyn, con el objeto de prevenir un atentado en la ciudad (ficción,por supuesto, dos años previa a lo de las Torres Gemelas). Se dirá que esas cosas están en el aire, pero no deja de ser asombroso que, a la distancia, se nos presenten como premoniciones, avisos de lo que vendrá, probablemente menos esperanzadores que los ejemplos propuestos por Diego.

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