lunes, 20 de diciembre de 2010

Desorden








"Desorden" es el título de uno de los Estudios para piano de György Ligeti. Y también es aquello en que mis discos incurren, por cuenta propia, agrupándose azarosamente en pilas que pueden llegar a tener alturas tan considerables como lo precario de su equilibrio y que tienden a proliferar en cualquier superficie más o menos plana que encuentren. Cada tanto, tomo cartas en el asunto y ordeno. Comienzo agrupándolos por género y, luego, por época, estilo y autor o intérprete (según se trate de música de tradición escrita o popular). Y eso trae sorpresas. A veces, desagradables (comprobar que se ha comprado lo mismo más de una vez). Y a veces, cuando se descubre un disco cuya adquisición había sido olvidada, maravillosas. Por ejemplo, escucho ahora, mientras tomo una pizca de ron venezolano, una joya que alguna vez compré en Minton's y cuya existencia, en el fondo de una pila inexplorada, había permanecido inadvertida hasta recién. Se trata de una edición del sello Lonehill y agrupa dos discos de Johnny Hodges con el nombre Buenos Aires Blues. El primero es en quinteto, con Lalo Schifrin en piano (uno de sus temas es el que da título a la edición), Barry Galbraith en guitarra, George Duvivier en contrabajo y Dave Bailey en batería. En el segundo, llamado originalmente The Eleventh Hour, Hodges actúa junto a una orquesta arreglada y dirigida por Oliver Nelson.

Juana, volvé











No es común que las revistas especializadas se pisen el poncho. Pero la inglesa Gramophone acaba de elegir los mejores 20 coros del mundo, según su criterio, y la francesa Diapason puso el grito en el cielo (que no caerá sobre sus cabezas). Es que, claro, 13 de la selección son británicos, entre ellos aparecen cuatro coros de niños y, según los franceses, algunos de los otros son grupos de música antigua y ni siquiera se consideran "coros" a sí mismos. Según Diapason el primer puesto para el Monteverdi Choir de John Eliot Gardiner era previsible. Pero que el notable Accentus, que dirige Laurence Equilbey –que en 2011 visitará la Argentina para actuar en el ciclo del Mozarteum–, sea el octavo les parece sospechoso de chauvinismo (y a mí también). Noveno está el RIAS Kammerchor (yo lo hubiera puesto entre los tres primeros, sin duda) y Les Arts Florissants, de William Christie, ocupa recién el puesto 15. Como para no parecer patrioteros ellos también, los de Diapason se ocupan de remarcar la ausencia del Nederlands Kamerkoor y del Coro Filarmónico de cámara de Estonia. ¿Y el Estudio Coral de Buenos Aires?

lunes, 13 de diciembre de 2010

Eficiencia




Seré macrista. No hablaré de ideologías sino de eficiencia. Pensaré, por un rato, a la ciudad como una gigantesca empresa privada. Y es que me parece excesivo suponer una ideología en el desmanejo que el gobierno muestra con respecto al Caso Soldati o al Colón, salvando, por supuesto, las inmensas diferencias entre un teatro que no funciona y un enfrentamiento de pobres contra pobres que sucede con la aquiescencia (o el fogoneo) y la posterior (e inútil) represión del Estado municipal. Tanto en el Colón como en la ciudad toda, el macrismo practica, desde ya hace demasiado tiempo como para que sea creíble, el relato del "recién llegado". Sus políticos desprecian la política, dicen –y, curiosamente, por eso se los ha votado como políticos–, llegan desde otros lados (recién, intentan convencernos) y enarbolan el look de exitosos empresarios (aunque en la mayoría de los casos no pasan de haber sido "el empleado del mes" de McDonalds). Ocultan que son gobierno en la ciudad desde hace unos siete años (durante toda la segunda gestión de Ibarra y el interregno de Telerman el Pro fue mayoría legislativa en la ciudad y no se recuerdan demasiadas de sus iniciativas para mejorar la vida urbana), Macri fue diputado antes que Jefe de Gobierno (tampoco consigna el inventario sus proyectos para que el país fuera más parecido a sus ideales) y, además, no es que en la actualidad empiece con su mandato sino que, más bien, está por terminarlo. Sigamos olvidando la ideología y supongamos que lo que Macri desea es la expulsión de todos los extranjeros pobres. Vayamos más lejos y concedamos que su proyecto es la exterminación de dichos extranjeros, mediante cámaras de gas, por ejemplo. ¿Es que no debe hacer algo para lograrlo? ¿Dónde están sus acciones de gobierno tendientes a la expulsión o el exterminio? ¿Dónde sus planes para conseguir el apoyo de la Legislatura o, en su defecto, para clausurarla e inaugurar la primera dictadura capitalina autónoma? ¿Es que acaso su ex delfina, la preclara Gabriela Michetti, ha presentado a la honorable Cámara de Diputados que integra, entre los numerosos proyectos de ley, con los que azuza día a día a sus perezosos compañeros de recinto, alguno referido a políticas migratorias o de vivienda?  Lo que quiero decir es que si el gobierno tuviera planes de derecha al respecto yo los discutiría pero que, en este caso, hay simplemente inacción e ineficiencia. Macri ha dedicado el tiempo que lleva de gobierno a cuestiones más bien cosméticas y a quejarse del Estado cono si no fuera el gobernante de uno de los más ricos y poderosos del país. Eventualmente, si fuera cierto que el Estado Nacional lo entorpece y combate, él, como gobernante, debería encontrar la manera de negociar/enfrentarse/ir a la guerra/pactar como para poder hacer aquello que está mandado a hacer por el voto.
Las curiosas afirmaciones de García Caffi, a la sazón director del Colón, en el reportaje para el diario Perfil en que Magdalena Ruiz Guiñazú le hace de jefa de prensa, tienen el mismo signo. Hay un viejo chiste en que a la frase "Mamá, no quiero ir a la escuela, los chicos me tratan mal, me insultan y me pegan" le responde un lapidario: "Tenés que ir, sos el maestro". En este caso, la presunta periodista no repregunta y ante espantosas acusaciones de GC a sus conducidos no se le ocurre decirle "Pero usted es el director". Es decir, igual que Macri en Soldati, para él la culpa es de otros. Ya no se trata de si su plan es bueno o malo sino de una pregunta más elemental: ¿Por qué no lo lleva a cabo?
¿Podría el director de una fábrica acusar a sus empleados de que la producción no es la deseada? Si los bailarines están pasados de edad y de peso, si no bailan como él querría, ¿No es precisamente el director quien debería arbitrar los medios para que la situación fuera la que desea? ¿Dirigir no se trata de eso? Para decirlo de otra manera, si el director se queja, ¿ante quién se queja? Es posible que no pueda dirigir; que la mediocridad y los intereses creados de un medio mezquino y oscuro impidan la concreción de sus brillantes ideas. Que las masas de horribles cantantes desafinados, mendaces violinistas con problemas de lectura, obesas bailarinas ancianas y crueles sindicalistas aviesos se acumulen en los pasillos a su paso y no hagan otra cosa que impedir las luminosas temporadas que imagina. Es posible pero, en ese caso, nadie lo obliga a seguir en un cargo que no puede cumplir ni a seguir cobrando un sueldo por funciones que, según él mismo dice, no puede llevar a cabo. Volviendo al maestro que no puede enseñar, mal puede echarle la culpa a sus alumnos. Más bien debería dedicarse a otra cosa.
También en el caso del Colón, el gobierno admite que los sueldos del personal deben ser aumentados pero dice públicamente que no encuentra la manera de hacerlo ¿No es esa una confesión de ineficiencia, y no de ideología? Uno puede intuir, más que otra cosa, un modelo de teatro con el que este gobierno –y GC haciendo el papel del mejor alumno o, por lo menos, del más olfa– se sentiría más afín. Puede adivinarse que palabras como tercerización o expresiones como reducción de personal estimulan su producción de feromonas de la misma manera en que la mención a bolivianos o paraguayos les provoca inmediatas disfunciones eréctiles a los hombres y ausencia de fluídos lubricantes a las mujeres. Pero se trata de prospecciones, de adivinanzas, porque el gobierno no hace nada. Ni siquiera tiene planes de derecha. Ni siquiera hace bien lo que se supone que le gustaría hacer. En Soldati y en el Colón hace poco más que quejarse. No gobierna. No dirige.

jueves, 2 de diciembre de 2010

...tutto nel mondo è burla...











Quedan discusiones pendientes. Y posiblemente, por lo menos durante esta gestión gubernamental en la ciudad de Buenos Aires, no lleguen a tener lugar. No es menor la cuestión de qué papel debe cumplir para la sociedad un teatro que, como el Colón, le sale al Estado 150 millones de pesos anuales (para el año próximo la Dirección del teatro solicitó en la Legislatura 185 millones). Se trata de la inversión en cultura más grande de la Argentina –en este caso realizada por  la ciudad autónoma de Buenos Aires– y más allá de la obviedad de que se trata de un teatro de ópera y ballet y de que su objeto no debería traicionar su tradición y su valor simbólico, todo lo demás debería ser planteado desde cero. Si es un "museo" del patrimonio musical de Occidente, como plantean algunos, debería tenerse en cuenta el hecho de que ese museo está en Buenos Aires. E igual que en los museos de artes plásticas que, si son manejados con inteligencia, lo primero que se preguntan es a qué colecciones tienen acceso y luego tratan de ponerlas en valor, en este caso se debería empezar por pensar qué ventajas comparativas –y en qué repertorio– podrían generarse. Un teatro de ópera, por más que esté en Buenos Aires, debe hacer Mozart y Verdi pero, en principio, es improbable que lo que allí se produzca pueda competir con los grandes teatros del mundo. La ópera es hoy carísima, el valor relativo del peso con respecto al euro no ayuda y las distancias y la falta de un corredor operístico en Latinoamérica tampoco. Pero el hecho de tener talleres de producción propios, y a precios internacionales bajos, es un dato a favor. Y si además del repertorio tradicional se hiciera, aunque fuera una vez por año, algún título que en el resto del mundo a nadie se le ocurriera –por decir algo, El matrero, de Felipe Boero, con puesta en escena de Fuerza Bruta–  la ecuación podría mejorar. La gestión de Lombardero al frente del Colón algo había hecho en ese sentido y actualmente ha logrado poner al Argentino de La Plata en un plano competitivo (y muy por encima del Colón en cuanto a interés artístico) que hace unos años nadie habría soñado. El Colón es, hoy, un teatro divorciado de tres estamentos con los que debería estar integrado por definición, y nadie se lo plantea. Es un teatro que no tiene relación con el mundo de la cultura: en una ciudad que convoca multitudes con su festival de cine independiente, con el festival internacional de teatro y hasta con el de jazz, el Colón no interpela en absoluto a ese público (lo hizo en gestiones anteriores, con la Metrópolis de Lang con música de Matalón interpretada en vivo, con Variété, con el Festival Kagel o con La Ciudad Ausente de Gandini y Piglia). Es un teatro que no mantiene relación con las instituciones musicales que el propio Estado de Buenos Aires financia: los compositores e intérpretes argentinos no tienen ningún lugar –o muy escaso– en las programaciones. Es una sala cuya programación operística no ha dado lugar ni a la literatura argentina en sus libretos ni al teatro argentino de las últimas décadas en sus puestas en escena.
Pero, como decía, estas (y otras más) son discusiones pendientes. Las actuales tienen que ver, lisa y llanamente, con un teatro que no funciona. Donde la conflictividad se ha llevado al extremo, donde se buscó desplazar a 400 empleados, entre ellos a los delegados, y se lo hizo tan mal que no sólo debieron admitirlos de nuevo sino que se los convirtió en héroes. Donde se buscó una ley de autarquía cuyo único objetivo real era sacar el Colón del ámbito del Ministerio de Cultura pero a cambio se consiguió que allí siguiera estando (aunque con un extraño compromiso de Lombardi de no meterse) y que se pergeñara un directorio con participación de los trabajadores y en el que, muy probablemente, el delegado de esa parte, el fotógrafo Máximo Parpagnoli, sea precisamente quien habían buscado sacarse de encima. Donde la conducción gremial está totalmente desmadrada, se decretan paros por tiempo indeterminado en el comienzo de los conflictos (¿qué seguirá después, la decapitación de abonados?), se mezclan cuestiones salariales con  otras de programación y hasta filosóficas y los paros y suspensiones de funciones tienen como motivos, textualmente, la exigencia de un aumento del 40 % (merecido pero sumamente complejo de otorgar en el marco de la administración municipal cuyas ventajas, por otra parte, los empleados no querrían abandonar), el cambio de los pisos para el ballet y "que Macri diga qué quiere hacer con el teatro". Y donde la dirección del teatro hace gala de la cintura política de un elefante acromegálico y tiende a recorrer los pasillos munida de bidones de nafta, a la búsqueda de la menor chispa que atizar. En ese marco, y sin que nadie tenga la menor idea de cómo seguir (tampoco los gremialistas, a decir verdad) se suspendió una función de la ópera Falstaff. Fue la tercera suspensión de funciones: la primera había tenido como víctima a Katya Kabanová de Janacek y la segunda a la cellista Sol Gabetta, que actuaría con la Filarmónica de Buenos Aires. En el medio hubo otra suspensión, la de lo que quedaba de la temporada de ballet, pero decretada por la Dirección, que acusó a los bailarines de no querer bailar. Ellos, por su parte, retrucaron con la denuncia acerca de la inadecuación de los pisos de salas de ensayo y escenario y la falta de respuesta del teatro a sus reclamos.
En cuanto al affaire Falstaff, los delegados gremiales de ATE (uno de los gremios con representación en el Colón), que habían firmado diez horas antes un compromiso de "no entorpecer las negociaciones", como no escucharon lo que querían las rompieron unilateralmente. La otra parte los acusó de "piqueteros del escenario" y amenaza con "sanciones ejemplificadoras". La pax romana a la que había arribado la gestión de Iglesias y Lombardero (ex directores administrativo y artístico respectivamente, actualmente con iguales funciones en el Argentino) fue dinamitada por una administración que paralizó las obras y la actividad artística durante un año, que se imaginó fundando Buenos Aires por tercera vez (haciéndola, decían) y que llevó al Colón a la peor situación de su historia, más allá de la posterior (y demorada) inauguración (y sin entrar en los aspectos oscuros de la misma y en lo que quedó por hacerse o se hizo mal). La política con respecto al Colón ha sido, como en los faroles de las plazas, la pintura de dorado, y como en las calles porteñas, el cambio de mano. Y Falstaff, en su casa, murmura para sí el texto de la fuga final: "Tutto nel mondo è burla. L'uom è natto burlone".