lunes, 4 de julio de 2011

Problemas de la musicología (o de ciertos musicólogos) y algunas ramificaciones












Hace años había hecho un dibujito, hoy perdido y tal vez imposible de volver a ser hecho –no dibujaba mal pero la falta de práctica es tan mala en ese campo como en cualquier otro. Allí, un hombre vestido de explorador, con varias cámaras fotográficas colgadas sobre su pecho, manipulaba un gigantesco grabador de cinta abierta ante un aborigen (negro, hueso en la cabeza, taparrabos, toda la línea), al que se veía con cara de consustanciación y la boca abierta, en actitud de cantar algo que lo emocionaba. Al costado, otros dos aborígenes conversaban entre sí. De la cabeza de uno de ellos emergía un globo con el texto "Mu, ¿muoa kamana kunga mapanoa topanga kalamita nu tuna kuuta?" y un asterisco. El asterisco remitía a una traducción en letra más pequeña, colocada al pie del dibujo: "Che, ¿no habría que decirle al gringo que justo está grabando al tipo más desafinado del pueblo?". A la manera de los viejos grafodramas de Luis J. Medrano, el dibujito llevaba un título: Musicólogo.
Leo dos entradas más o menos recientes en el blog de Marcelo PIsarro, en una habla del fotógrafo Guido Boggiani, estudioso de los pueblos originarios del Chaco paraguayo finalmente decapitado por sus objetos de estudio, y en la otra, de Malinowski, aquel pionero del trabajo de campo y del respeto por el punto de vista del informante que en su diario íntimo despotricaba contra "los negros y los brutos". Podría decirse que en el primer caso se trata del relativismo y en el segundo de la cuestión del profesionalismo (un músico de la Filarmónica no debe amar toda la música que toca, por ejemplo, sino tocarla toda como si la amara; un mozo no debe querernos, debe atendernos bien; y un largo etcétera). Empiezo por el segundo, que me lleva a una charla que tuve hace mucho tiempo con un musicólogo y donde yo sostenía (aún sostengo) que el lugar del investigador, el del crítico periodístico y el de público son totalmente diferentes y que, parafraseando el viejo triángulo vocálico podrían caracterizarse por la distancia establecida con el gusto personal. Como público lo único que cuenta es el gusto. Como investigadores es lo que no debe contar jamás. Como críticos periodísticos se trata de una negociación entre el gusto personal y un cierto gusto colectivo idealizado –y bastante imaginario– que se atribuye al lector del medio para el que se trabaja.
El musicólogo, créase o no, sostenía (tal vez siga haciéndolo) que "émico" -término que usa la antropología para las investigaciones en que prima el punto de vista del informante– provenía del griego "emos", en oposición a "ético" (en antropología, lo que jerarquiza el punto de vista del investigador) que venía de "ethos". Cabe señalarse que "emos" no existe y que las palabras émico y ético, en antropología, derivan de fonémico y fonético –esas costumbres de los estadounidenses de abreviar con los finales y no, como nosotros, con los comienzos de las palabras, que llevó, por ejemplo, a que el "toons" de "cartoons" fuera tristemente traducido en Roger Rabbit como el incomprensible "bujos" (por dibujos, en lugar de "dibus"). No cuesta imaginarse al musicólogo de marras grabando embelesado al desafinado de la tribu.
Y allí entra el primer tema, el del relativismo. Más allá de la gran pregunta planteda por Pisarro (¿puede respetarse la sabiduría del pueblo originario cuando ésta conlleva el asesinato o la tortura?), hay algo que surge, cada tanto, en conversaciones con otros musicólogos y que se relaciona con la actitud émica en los estudios sobre música popular. Dicho rápido: no tiene sentido abordar la cumbia villera argentina o el narcocorrido mexicano con los instrumentos teóricos con los que se analizan Beethoven o Gandini. Ahora bien. Llama la atención que el esfuerzo respetuoso hacia "los negros y los brutos", para ponerlo en palabras malinkowskianas, desparezca cuando se trata de músicas de tradición popular que comparten criterios de valoración con la de tradición europea y escrita. Gentle Giant, Keith Jarrett, Gismonti o Björk, sin ir más lejos, están más cerca en sus maneras de circulación y en la forma en que sus usuarios establecen el valor (ojo, no necesariamente en su forma musical, aunque en general también), de Bach o de Stockhausen que de Gilda.
La actitud relativista desaparece cuando el objeto es más cercano. Es más fácil respetar el punto de vista del otro cuando se trata de un pigmeo y no del vecino grasa que escucha bailanta. Lo que lleva a pensar no, como podría parecer en una primera mirada, en una loable actitud de renuncia del propio punto de vista en favor del ajeno sino en una prolongación del viejo y buen eurocentrismo. El relativismo es para los otros (El Otro). Debe respetarse al bruto y al negro (que, obviamente, para agenciarse esa clase de respeto deben seguir siendo vistos como el bruto y el negro). Nosotros somos distintos. La comprensión es para los débiles y los enfermos. Para los inferiores. Para el Otro.
En el campo de la musicología, el respeto por –y la idealización de– el punto de visto interno a la cultura se reserva para el nguillatún mapuche pero no para una función de ópera y sus rituales ¿Qué pasaría si el mismo tipo de razonamiento que se utiliza para justificar mutilaciones de clítoris, apedreamientos o decapitaciones rituales como la de Boggiani (su cabeza fue enterrada junto a la infame cámara fotográfica), se aplicara en relación con los campos de concentración nazis? ¿Habría que entender el antisemitismo y la fantasía de fundación de una nueva Alemania pura como parte de una cultura, la de un pueblo originario del centro europeo? Tal vez de lo que se trate es de los peligros de una de las manías más nocivas heredadas del siglo anterior, la de la unicidad. O se explica todo con el psicoanálisis, o la economía es la llave que abre todas las puertas o no hay nada que no responda a las leyes de la evolución (incluyendo la vida privada). Y la verdad es que ciertos instrumentos, certos paradigmas, ciertos sistemas de análisis pueden ser buenos para algunas cosas y francamente malos para otras. El relativismo en música, siempre y cuando se tenga en claro desde qué cultura (que también es una cultura) se lo aplica, es fructífero. En otros casos es, por lo menos, inconsistente. Si hay verdades superiores a cada cultura, si se admite que los derechos humanos son de toda la especie y no una creción de una cultura en particular (lo que pasa es que, en realidad, sí son la creación de una cultura en particular), alcanzan a todos, incluso a aquellos cuya cultura los niega. Sean europeos (como los nazis o la Inquisición) o "negros y brutos".

1 comentario:

  1. Hola, muy interesante y bien escrito el blog. De todas formas hay un par de cosas que me gustaría destacar. Una, es que hay varios etnomusicólogos (para diferenciarlos de los musicólogos) que sí se dedican al análisis de la música popular sin particularmente ser afectos al estilo que están investigando. Claro que es verdad que muchas veces influye el gusto personal en la elección de objeto de estudio, pero eso sucede con la mayoría de las especializaciones. Si un médico prefiero ser traumatólogo nadie le va a objetar el hecho de que debería ser cardiólogo. La otra cuestión es la comparación entre la cultura de un pueblo originario y la Alemania Nazi. Es bastante peligroso comparar a un poder dominante que posee un aparato estatal para subyugar tanto a su propio pueblo como a sus enemigos con una tribu de gente que vive en el paleolítico, o una minoría racial. Es lo que sucede en los EEUU cuando los blancos racistas dicen que ciertas actitudes, comentarios, etc. son parte de su "cultura" y tienen tanto derecho a expresarlo como los negros. Sin tener en cuenta, claro está, siglos de explotación, exterminio y esclavizamiento. El problema es cuando los que pretenden ser los adalídes de la moral y los derechos humanos son los mismos que hicieron la vista gorda a tales cuestiones, o incluso las usaron para su provecho. ¿Qué hubiera pasado si los Nazis hubieran colonizado Africa y prohibido la mutilación genital femenina? ¿Tendríamos entonces que justificar a los Nazis?
    Saludos,
    Juan

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