domingo, 29 de abril de 2012

El infierno sonoro

Por Abel Gilbert (publicado originalmemte en Revista Clásica)















El ojo mira las imágenes con estupor. Ve a un grupo de condenados colgar boca abajo de las cuerdas de un arpa, atados al traste de un laúd, confinados dentro de un tambor o un pífano gigante, sodomizados con una flauta de madera, tatuados en sus nalgas con neumas de una monodia gregoriana. A los condenados los rodean otros hombres y mujeres. Cantan en el cuadro desnudos y desorbitados. Cantan para mitigar el espanto. El ojo no es inocente. Mira como si estuviera en el interior de ese cuadro profético pintado por El Bosco: El infierno musical.
¿Ese es nuestro castigo? ¿Vivir en un infierno musical? ¿Cuál ha sido nuestro delito? ¿En qué quedó aquello de que nadie es culpable hasta que se oiga lo contrario?
La oreja ve que no hay absolución posible.
El ojo escucha lo que no se puede nombrar.
Infierno de radios encendidas, de música que sale de los negocios, los automóviles, altavoces y televisores, bares, parlantes y walkmans. Música en aeropuertos, funerarias, ascensores, aviones, redes, trenes y oficinas. Música en el espacio y el ciberespacio. Celulares que avisan una llamada con la Sinfonía 41 de Mozart y con la Quinta de Beethoven. Noche transfigurada en el noticiero. Un obituario. Gruppen. Escaramuzas armadas entre paquistaníes e hindúes en Cachemira. Un corte y volvemos: Este es el sabor, el sabor del encuentro… Corte otra vez. Un taxi o una ambulancia. Sí, me llamo Julia y vivo en Haedo. Trabajo en el subte y escucho siempre el programa. Me gustaría que pasen a… Música y chirridos. Música y demolición. Tecnología infernal. Sonocracia. Lo que El Bosco representaba en el medioevo tardío ya no tiene rostro a fines de siglo. Y esa ausencia hizo mas inquietante su fáctica autoridad. Un poder sin centro constituido ni instancia vertical. Un lenguaje articulado que nos interpela a cada minuto, en cada momento del día en cada rincón público o privado. Acechamiento perpetuo, fatua proximidad.
Acaso sea la resonancia de nuestra desdicha.
La música se nos aleja al estar en todas partes. Su ubicuidad y el caos urbano se funden a tal punto en la polis-disco que hablar de “telón de fondo de la vida” resulta por lo menos impreciso. El paisaje del desamparo requiere de materiales más consistentes: ladrillos, uno arriba del otro, ladrillos que forman un muro que tapia el ojo y ensordece la vista, aboliendo la perspectiva y el parámetro.
La saturación como reverso de un tiempo vacío.
El silencio aterra mas que el infierno mismo. El silencio se vive como la muerte y, para conjurarla, se invoca al trueno. El ruido que tapa su parca sonrisa. La tentativa de demorar lo irremediable a todo volumen.
Sonidos como capas, como membranas, como tapias; estallidos, interferencias, zumbidos; costras sonoras, capas que son garras, garfios, gañidos. Un repertorio que es, al mismo tiempo, un sistema de clasificación desparramado en la ciudad como una puesta permanente y envilecida del big ban(d).
Ella camina por una avenida estruendosa de esa misma ciudad con sus auriculares en los ojos. No ve lo que oye. ¿De qué tentación huye? ¿De qué se protege? Camina y tararea. Va hacia el puerto. Después de salir de otro puerto, lejos en el tiempo, Odiseo fue atado tres veces al mástil de su barcaza para poder oír el canto de las sirenas y no ceder a sus hechizos. Los marineros, en cambio, se taparon las orejas con cera. Ella ni siquiera advierte el paso de la ambulancia que chilla a sus espaldas. Con su walkman parece una autista.
Kafka nos cuenta otra historia sobre Odiseo: él confió en su ardid –la cera y el encantamiento–pero las sirenas tenían un arma mas terrible que su canto: el silencio, Odiseo no advirtió el silencio: creyó que cantaban. El simulacro viene de la prehistoria.
La música nos sigue asaltando, sale de los bares, de las disquerías, los shoppings, los bancos, las tiendas de saldos y las ventanas. La música ambiental nos distrae del presente, atenúa otras intromisiones y diluye su propia marca de nacimiento: los altavoces, uno de los soportes técnicos de la política estetizada, y, después, de los campos de concentración y trabajo forzado.
Occidente y su vanidad. La música trató de ocupar el lugar de la inefabilidad que está reservado al éxtasis religioso. La música absoluta, es decir, instrumental, un lenguaje más allá del lenguaje que se había emancipado definitivamente de la palabra llegó por eso a considerarse en el siglo XIX como el mejor camino para vislumbrar lo infinito. Poco queda de aquella pretensión de música total en la totalidad musical de estos días. Música exánime por exceso de material, tiranizada por el mercado, sometida al metabolismo de la industria cultural. Música tras(h)cendente.
¿Erik Satie lo había comprendido? A principios del siglo pasado compuso Vejaciones. Según su indicación, el intérprete debía tocarla 840 veces ininterrumpidas. Semejante esfuerzo sumaba 18 horas y 40 minutos. Con Vejaciones la música deja de suceder en el tiempo. Desdibuja la idea de principio y fin, la idea misma de duración. La insolencia de Satie adquirió después otra carnadura con el desarrollo de la reproducción técnica. Devino en lugar común, el no lugar de la música, su precio por obtener la inmortalidad. Música que veja. Que castiga con la fuerza pictórica que avizoró un Bosco estupefacto.
La red y su trampa. MP3 lleva la sobredosis al mundo virtual. Fisión y fusión sonora para hacer estallar el silencio.
¿Y si Dios es el DJ que sonríe detrás de la consola?
”Tan grande será el barullo que nadie oirá su propio cantar”, le dice el Diablo a Adrian Leverkhun en el Dr. Faustus de Thomas Mann. Así es el infierno, le informa antes de comprar su alma a cambio de tiempo frenético.
El infierno ya está aquí: es la oreja de los otros.
El nuevo siglo nace con trauma acústico. Pronto se escribirá en los andenes del subte: “Somos la generación H”. Hipoacúsica.
La música sólo está detrás del muro. Ahí reverbera.

domingo, 15 de abril de 2012

d'amore






Ese, "d'amore", es el título de su disco anterior en el sello ECM. También es la designación de una cierta clase de violas, con cuerdas de resonancia, que fueron usuales en el barroco. Garth Knox, irlandés y virtuoso violista, ex integrante del Ensemble Intercontemporain fundado por Pierre Boulez y del Cuarteto Arditti, registró en D'amore, junto a la cellista Agnes Vesterman, piezas folklóricas irlandesas,  de Marin Marais, Tobias Hume y de autores contemporáneos, entre ellos él mismo. Ahora, nuevamente junto a Vesterman y con el agregado de Sylvain Lemètre en percusión, acaba de publicar, para el mismo sello, Saltarello, con obras medievales, de Henry Purcell, Vivaldi y Kaija Saariaho entre otros. Tocó varias veces en Buenos Aires y esta semana lo hará nuevamente, actuando junto al cuarteto de cuerdas de la UNTREF, que integran David Núñez, Carlos Brítez, Mariano Malamud y Martín Devoto. El concierto será el viernes 20 a las 13, en el Centro Cultural Borges (Viamonte 525, segundo piso) y el programa incluirá la Fantasía para quinteto de cuerdas de Benjamin Britten, Structures de Morton Feldman, Composte terre, de Stefano Scodanibbio, Viola. viola, de George Benjamin y The Weaver's Grave, de Garth Knox.

sábado, 14 de abril de 2012

Listas








Hablaba, hace unos días, con un crítico de rock. Comentábamos The Whole Love, el último disco de Wilco, un grupo que a ambos nos gusta. La conversación viró hacia los discos anteriores del grupo y él comentó con admiración Sky Blue Sky, de 2007, y agregó, acerca de A. M., primer álbum del grupo, publicado en 1995, que era "uno de los discos de la década, por encima incluso de Nevermind". Pensé, por supuesto, en Nick Hornby, pero también en muchos amigos y, para qué negarlo, en mí mismo. ¿Por qué son necesarias esas extrañas operaciones de "suma cero", como si hubiera una capacidad limitada de placeres posibles y, para incluir uno, fuera necesario excluir otro de inmediato? Obviamente, las listas –los cinco mejores, los diez imprescindibles, los que uno se llevaría a una isla desierta (desierta y con equipo de audio, por supuesto)– y cierta modalidad competitiva instituida por el mercado musical a través de algunas de sus revistas más caracterizadas –Metronome, Down Beat, Rolling Stone, Melody Maker– ha influido en los modos de circulación y escucha de la música. Pero es evidente que, lejos de violentar los presupuestos del oyente, se conectan con algo que a éste le es grato y natural. Entiendo que, en ese sentido, el rock es más cómodo que la llamada música clásica, donde una lista de las cinco mejores cantatas de Bach o de los diez mejores cuartetos de Haydn sería bastante impracticable. En cuanto al jazz, con pocos días de diferencia escuché a dos personas, ambas del cículo mintoniano, incluir al saxofonista Ernie Watts en dos listas, la de los saxofonistas con sonido más detestable y la de los saxofonistas con sonido más bello. Y es curioso, Ernie Watts también entra en una lista mía: la de los cinco mejores saxofonistas que jamás formarían parte de mi lista de los mejores saxofonistas. O la de los preferidos entre quienes no son mis preferidos.

domingo, 8 de abril de 2012

Matana Roberts









Escuchar música es descubrir. Y los descubrimientos, la mayoría de las veces, conllevan agradecimientos. Es gracias a Claudio Da Passano, Teddy Cromberg, Miguel Pellerano, Jorge Fondebrider, Abel Gilbert, mi hermano Federico, Jorge Andrés, entre muchos otros, que conocí mucho de lo que amo. El último deslumbramiento se lo debo (y no soy el único ni ha sido la única vez) a Guillermo, de Minton's. Ignoro cómo llegó a él el nombre –y la música– de Matana Roberts pero fue él quien nos hizo escucharla (yo lo ví: llegó al punto de decirle a clientes de su disquería que se llevaran su último disco, Coin Coin Chapter One. Gens de couleur libres, que lo escucharan entero –"si no, no es lo mismo"– y que, si no les gustaba se lo devolvieran). Saxofonista, clarinetista y compositora, Roberts nació en Chicago y allí fue miembro de la señera AACM (Association for the Advancement of Creative Musicians) fundada por Muhal Richard Abrahams y por donde pasaron Henry Threadgill, Anthony Braxton y el Art Ensemble of Chicago, entre otras eminencias de un jazz que unía combatividad musical y política, en general por las vías de la atonalidad y la liberación de los patrones rítmicos regulares por un lado (eso que globalmente se reconoce como Free Jazz) y la reiivindicación de la negritud y de un africamismo militante, por el otro. Instalada en Nueva York desde 2002, formó ese año el trío Sticks and Stones (palos y piedras) con Josh Adams en contrabajo y Chad Taylor en batería, con el que grabó dos discos, Sticks and Stones y Shed Grace. Como líder debutó con Lines for Lacy (2006), al que siguieron The Calling, del año siguiente, The Chicago Project (2008, producido por el pianista Vijay Iyer; aquí puede disfrutarse algo de su presentación en vivo en Londres, junto a Adams en contrabajo, Jeff Parker en guitarra y Frank Rosaly en batería), y, en 2011, Live in London y Coin Coin.... , este último publicado por Constellation Records. Se trata como el "chapter one" del título indica, del comienzo de una saga acerca de la esclavitud y las luchas por la igualdad de derechos de la población negra de los Estados Unidos. Su nombre, Coin Coin, proviene de Marie Thereze "Coin Coin" Metayer, esclava y amante de Claude Metayer de quien, al separarse, obtuvo un  terreno en Louisiana donde cultivó tabaco y plantas medicinales. "Gens de couleur libres" era, por otra parte, la designación, en el sur estadounidense, para los negros que habían sido liberados, para los que, hijos de aquellos, nunca habían sido esclavos o para las mujeres negras que se habían casado con blancos (no hay antecedentes de negros que, en esa época, se casaran con blancas). La obra (y en eso Guillermo también tiene razón, hay un concepto general que da significado a cada una de sus partes) recrea (y pocas veces esa palabra resulta tan exacta) diversas tradiciones musicales y las lleva a un terreno de originalidad sorprendente, donde caben desde el susurro hasta el grito y de la explosión a la más tenue de las sutilezas. En Coin Coin... participan, además de Roberts en saxo alto, voz y algunos otros instrumentos de viento que aparecen por allí, Jitanjali Jain en voz, David Ryshpan en piano y órgano, Nicolas Caloia en cello, Ellwood Epps y Brian Lipson en trompetas, Fred Bazil en saxo tenor, Jason Sharp en barítono, Hrair Hratchian en duduk, Xarah Dion en guitarra, Marie Davidson y Josh Zubot en violines, Thierry Amar y Jonah Fortune en bajo y David Payant en batería y vibráfono. Vale la pena escucharlo, desde ya, y, eventualmente, pensar a Roberts como parte de una nueva camada de mujeres del jazz particularmente creativas junto a Angélica Sánchez, de quien ya se ha hablado en este blog, y de otra pianista y compositora de la que se hablará próximamente, Kris Davis, que grabó el excelente Aeriol Piano y fue la arregladora del notable disco Novela, del saxofonista Tony Malaby, ambos editados el año pasado por el sello Clean Feed.

sábado, 7 de abril de 2012

Camino en el tardío amanecer








Camino por las afueras de Ushuaia, en lo alto de la ladera donde está el hotel en que me albergo. Son las 8 y recién ha amanecido. Pienso en una frase. En realidad en dos frases que, sin embargo, serían la misma: "Nevó durante la noche; ahora, un barro acuoso y más bien sucio se arrastra por las calles inclinadas". En una versión, esta sería una frase optimista, que hablaría del ciclo de la vida, de la nieve convertida en barro y en agua y de la vida que sigue. En la otra, la frase sería cínica, apesadumbrada. Todo, al final, es barro y desechos. La diferencia estaría dada por algún detalle externo a la frase misma. Un detalle que no alteraría en nada su estructura. En la primera versión, la frase podría completarse, por ejemplo, con, "Pensó, mientras sonreía apenas, en esa agua filtrándose entre las piedras hasta las semillas escondidas. Pensó en otros comienzos". En la otra: "Pensó, mientras sonreía apenas, en esa agua perdiéndose entre las piedras. Pensó en otros finales, igualmente definitivos; igualmente secretos". No soy ingenuo. He leído a los formalistas, y a la escuela de Praga, y a los estructuralistas. Y he estado cuando Panesi se burlaba, en la facultad, de algún incauto que defendía la idea de que la literatura era su tema. Y me pregunto, sin embargo, sobre el tema. Por aquello que haría definitivamente distintas a esas dos frases idénticas.
Por algún motivo me viene a la memoria, también, la época en que todos fumábamos. Cuando la prueba de una buena reunión de trabajo (o cualquier clase de reunión, en realidad) eran los ceniceros llenos. Era tan normal aquello y resulta ahora tan extraño. No es una cuestión de salud, desde luego. Sigue habiendo otras formas de amasijarse a las que nadie lleva el apunte. Se trata de rituales sociales que se imponen a cualquier cuestón de salud –o que imponen la cuestión de la salud como un nuevo ritual, en todo caso–. Y es que cuando siento la presencia incontrastable de la naturaleza, es cuando realmente extraño fumar.
Camino por una ladera al costado de una pequeña ciudad donde la montaña se hunde en el mar más azul y más profundo. Hace frío –unos dos o tres grados bajo cero– y es un frío agradable. Pienso en mi última noche en Buenos Aires, en el prodigioso asado con el que Marcos agasajó a los miembros del Club Minton's, en los repetidos brindis de alabanza al ausente y extrañado JF,  arrojado corresponsal en los hostiles rerritorios de la capital francesa, en el Vistalba Corte A que rubricó el banquete y en que ya es hora de que escriba sobre Matana Roberts, la notable saxofonista y compositora cuyo último disco, Coin Coin Chapter One. Gens de couleur libres, tiene deslumbrado a Guillermo y a los acólitos más caracterizados del club.