miércoles, 27 de junio de 2012

Los mejores. Hoy: Variaciones Goldberg, de Johann Sebastian Bach




Con un nombre incorrecto y una leyenda falsa a cuestas, las Variaciones Goldberg son una de las obras (y allí, en realidad, ya hay algo para discutir) que, para la tradición académica, ocupan el lugar de piedra fundante. Esos "Estudios para teclado consistentes en un aria con diferentes variaciones para el clave de dos manuales",  que tal vez nunca fueron pensados originalmente para que se tocaran y escucharan de una sola vez, nuclean muchos de los ideales con los que la música alemana –es decir la voz cantante de Europa en los siglos XVIII y XIX– contó su propia historia: abstracción, pureza, pensamiento y sonido en sí mismos. Uno de los datos reales con los que se cuenta acerca de la filiación y circunstancias de esta aria con variaciones es la aclaración de la edición original, de 1741: "Preparada para el placer y la alegría de los amantes de la música por Johann Sebastian Bach, compositor de la corte para el Rey de Polonia y Gobernador de Saechs, Capellmeister y Directore Chori Musici en Leipzig". Otro es el hecho de que las que luego serían conocidas como Variaciones Goldberg conformen la cuarta y última parte de sus Clavierübung (estudios para teclado). Nada se dice allí del Conde Hermann Carl von Keysserling ni, mucho menos, de un alumno de Bach llamado Johann Gottlieb Goldberg que, en ese entonces, tenía 14 años. La leyenda que, no obstante, muchos cuentan, existe y nació en alguna parte. "Señor Goldberg, toque una de mis variaciones", pedía el Conde a su joven clavecinista, refiriéndose a ese conjunto de aria con 32 variaciones basadas en un tema de 32 compases, por las cuales había entregado una paga más que insuficiente y cuyo fin primordial habría sido atemperar su insomnio. Quien así contó esta historia fue Johann Nicholas Forkel, quien en 1802 publicó su Über Johann Sebastian Bachs Leben, Kunst und Kunstwerke (Sobre Johann Sebastian Bach, su vida, su arte y su obra), a la sazón la primera biografía de Bach y, obviamente, el comienzo de un mito. Huelga decirlo, Forkel jamás conoció a Bach (nació en 1749, un año antes de la muerte del compositor) y su fuente más confiable fue Carl Philip Emanuel que, para peor, cuando el libro fue completado ya hacía 14 años que había muerto, a la para entonces elevada edad de 74 años. Lo cierto es que con o sin Goldberg y destinados o no a acompañar insomnios, estos estudios que giran alrededor del mismo bajo que Händel había usado en su Gran Chacone en Sol Mayor, de 1733, conforman uno de los conjuntos de piezas para teclado más extraordinarios y bellos que puedan imaginarse. Sobre, o alrededor de ellos, hay otro mito, el de Glenn Gould, un gran personaje literario que tocó el piano y convenció a muchos, en los años 50 y 60 del siglo pasado, de que era la encarnación más exacta de la idea de música pura. Grabó las variaciones dos veces, en 1955 –fue su primer disco y el ofrecimiento para grabarlo lo recibió al día siguiente de su debut como concertista– y en 1981, y con esos registros fijó una modalidad de interpretación (y ciertos tópicos como el contraste extremo entre el aria y la primera variación) que marcaron incluso a los músicos más importantes dentro de las corrientes filologistas que comenzaron a cristalizar en los finales de los 60. Desde mi punto de vista, nada más alejado que la estética de lo breve y cortante, que Gould elabora con esmero, de algo estructurado a partir de una pieza a la que su autor llamó "aria". Hay muchas versiones notables de estos estudios para teclado, y, en una lista rápida, aparecen Gustav Leonhardt, Trevor Pinnock y, por supuesto, aunque sólo sea como referencia, Glenn Gould. Yo me limitaré a tres. En piano, sin duda, Murray Perahia, ascético, preciso y, a la vez, inmensamente expresivo (en el sello Sony). Y en clave, la deslumbrante y virtuosa segunda lectura (2004) de Pierre Hantaï, para el sello Mirare (en 1993 había realizado una grabación, multipremiada, para Opus 111), y la revolucionaria, dulce, pausada y exacta de Richard Egarr, para Harmonia Mundi, donde cada una de las variaciones tiene en cuenta el aria original, con su vocalidad –y su velocidad– intacta, en un bellísimo instrumento construido por Joel Katzman, a partir de un original de Andreas Ruckers, con plectros de pluma de gaviota y afinado con un La de 409 Hz, según el temperamento deducido por Bradley Lehman de los dibujos ornamentales de la portada de El clave bien temperado (todos esos rulitos aparentemente inútiles), donde, según él, se muestran las relaciones entre un sonido y el siguiente de la escala.

miércoles, 20 de junio de 2012

La espera







Todo parece indicar que Ralph Towner tocará este año en la Argentina, invitado por el Festival de Jazz de Buenos Aires. Para quienes lo conocen, no es necesario abundar en lo buena que es la noticia. Para los que no, Towner fue integrante del Paul Winter Consort, antes estudiante de guitarra clásica y pianista de jazz en Viena y luego fundador de Oregon y compositor de muchos de sus temas más bellos. Oregon, incidentalmente, es uno de los grandes grupos de la música de tradición popular satélite al jazz, y ha sido admirado y subestimado por partes iguales y, en ambos casos, la mayoría de las veces por las causas equivocadas (ya escribiré acerca de ellos). Towner es la fuente confesada de Egberto Gismonti, y se destacan su manejo de la armonía y la naturalidad con la que se adentra en los acordes más complejos e imprevistos, además de un dominio del instrumento que le ha permitido tener un estilo característico y reconocible  en la guitarra de concierto –tal vez el único en el jazz. Entre varios de sus discos notables destaco algunos de Oregon (Distant Hills, Violin, In Performance y Roots in the Sky), y unos pocos de los muchos excelentes publicados por ECM: Matchbook, su genial dúo con Gary Burton, el fundante Trios, Solos (con Glenn Moore, Collin Walcott y Paul McCandless, sus compañeros de Oregon, pero nunca todos juntos), Sargasso Sea, en dúo con John Abercrombie, Batik, en trío con Eddie Gomez y Jack De Johnette, Oracle, con Gary Peacock, el reciente Chiaroscuro, con el trompetista Paolo Fresu, y dos álbumes ajenos donde participa de manera breve y definitiva, Der Wan, de Kenny Wheeler, y Sol do Meio Dia, de Gismonti.

sábado, 16 de junio de 2012

Salve Regina






Poco para decir. Nuevo disco de Regina Spektor, una de las artistas más interesantes, originales y poco descriptibles del momento. Rusa emigrada a Nueva York y con su formación compartida por el Conservatorio de Moscú y la Manhattan School of Music, Spektor, a los 32 años, hace canciones pop. O, mejor dicho, usa ese molde -esa gramática, diría alguno de nuestros semiólogos de cabecera- para componer pequeñas piezas maestras y siempre sorprendentes. Hace un tiempo, Marcelo Pisarro me decía que esperaba convertirme en fan. Yo, por lo pronto, comparto un enlace a "Laughing With", una de las canciones de su disco anterior, Far, interpretada en vivo en Londres. El nuevo álbum se llama What we Saw from the Cheap Seats (lo que vimos desde los asientos baratos) y, si hiciera falta un solo argumento para recomendarlo, me inclinaría por "Firewood".

domingo, 10 de junio de 2012

Los mejores. Hoy: Las bodas, de Igor Stravinsky



El proyecto comenzó, aparentemente, en 1913, el año del estreno de La consagración de la primavera, y con una orquesta bastante similar en mente. En 1917 Igor Stravinsky terminó su primera versión pero, a lo largo de los años y hasta su estreno de 1923, con dirección de Ernest Ansermet, la instrumentación de Las bodas fue cambiando radicalmente, hasta su versión definitiva: una orquesta de percusión que incluía cuatro pianos. En el medio, incluso, Stravinsky había pensado en utilizar pianolas sincronizadas pero descartó la idea por considerarla impracticable. Y existe una versión de 1919 para armonio, cymbalons -en realidad luthéals, el mismo instrumento para el que Ravel escribió el acompañamiento de Tzigane) y pianola, que estrenó Pierre Boulez en 1981. La versión histórica de Leonard Bernstein con Martha Argerich en uno de los cuatro pianos es, sin duda, una de las referencias inevitables, con la Misa como acople (el coro de niños es el Trinity Boys Choir). La versión es magistral, aunque algo cautelosa si se la compara con dos más recientes con las que, además, no puede competir en materia de sonido. Una es la de Musik Fabrik con el Coro de Cámara RIAS, publicada por Harmonia Mundi, con la Misa y la Cantata como acople. La otra, deslumbrante, de precisión paralizante y con un salvajismo descomunal es la dirigida por Valery Gergiev al frente de los equipos del Mariinsky (grabada en 2010 y publicada por el sello del teatro). No habrá ninguna igual, no habrá ninguna, que suene así y en la que los detalles de la percusión se escuchen con tamaño detalle. Por añadidura, la obra que completa el disco es Oedipus Rex, en una interpretación de gran altura, con Gérard Depardieu como relator y un gran Evgeny Nikitin como Creon.

viernes, 8 de junio de 2012

El pianista (casi) secreto







Nacido en 1944 en Brasil, amigo de Martha Argerich desde la infancia, Nelson Freire es, probablemente, el único gran pianista más extraño que ella. Especie de ermitaño genial, durante casi tres décadas prácticamente no grabó discos y su fama circulaba, como en los viejos tiempos, de boca en boca. En los últimos años, un contrato con Decca cambió en algo la situación y el resultado fueron algunas de las mejores versiones de Chopin y Liszt existentes y la magistral interpretación de los conciertos de Brahms junto a Riccardo Chailly, ya mencionada en otra entrada de este blog. El miércoles 13 y el jueves 14 de junio actuará en el Colón, para el ciclo del Mozarteum, con un programa excepcional –que repetirá ambas noches–: la Sonata No 11 de Mozart, la 14, "Claro de luna", de Beethoven, las Escenas infantiles de Schumann, el Preludio de la Bachiana Brasileira No 4 y el Choro No 5, de Heitor Villa-Lobos y una Barcarola, un Nocturno y un Scherzo de Chopin.